lunes, 13 de agosto de 2012

Medio cielo


Águilas eléctricas sobre nuestras cabezas
cruzando el medio cielo, hacia poniente siempre
escapando al ocaso bajo el encanto del céfiro
saben,  más allá del amanecer rojo, tras la tarde azul
la noche invariablemente es negra

Mis ojos tiempo ha las olvidaron
fijos en el Caos incesante de lo cotidiano
devorados por un horizonte de futuro y progreso
como los Ángeles atrapados en su sueño

Estos son ya distintos, modernos
sus alas propulsadas por el aliento de Helios
paladines de Paladio, heraldos de Palas
me habéis infundido el temor del conocimiento
ahora veo nuestras ciudades consumirse
para gozo de amantes de plástico y chatarra

Tras un espectral gin-tonic vislumbro un desierto
copa a copa, los cielos se fugan hasta la agnosia
y las estrellas inopinadamente caen como ceniza
acumulándose entre las colillas bajo nuestros pies
nadie sino yo susurra hoy tu nombre, tu nombre
incesantemente -sin aliento- una y otra vez tu nombre

Oculta la memoria tras un velo espirituoso 
enterrada a paletadas de olvido y hielo 
me confundo con la nada y pienso 
las ciudades y la historia no serían nada
sin tu mirada serena, sin tu mirada, sirena

Pero hoy tampoco te tendré, ya aúllan las hienas 
los héroes  -me susurran- están muertos hace tiempo
su canto también es distinto; tienen hambre
y yo, mi Bella roja rosa calavera, carne al fin y al cabo


domingo, 12 de agosto de 2012

Otra vez allí


Hace unos días viajé al pasado, no por nada en concreto, simplemente quería revivir aquellos acontecimientos que -digamos- me marcaron. O eso presume mi lacaniano psicoanalista. Pero no creáis, no pude cambiar nada. Sólo observé.

En realidad, no usé una máquina del tiempo al uso, sino que elegí el inveterado recuerdo como medio de transporte. NO ese exprés que te lleva automáticamente al lugar y tiempo exactos, sino el de largo recorrido, que como tren de provincias te va llevando por los paisajes marginales de la memoria.

Pasé por momentos olvidados, otrora imborrables. Rodeé otros que me enternecieron… sucesos –muchos- desapercibidos, que me robaron la sonrisa, sorprendiéndome por su intensidad y riqueza de matices.

Poco a poco, sin tener claros ni causa ni objeto, me iba acercando a aquel momento horrible. Ahí estaba por fin, clavado en la yerba, roto, en ese parque junto a aquella nuestra casa. Mirándola. Mirándolos. Quise abrazarme, estrechar a ese joven yo entre mis brazos y decirle, “ya ha pasado ese tiempo del que todo el mundo te habla, ya todo está bien…”. Pero yo ya no estaba allí. Entonces comprendí, debía dejar a aquel joven continuar con su propio viaje, y proseguir el mío.