Hace unos días viajé al pasado, no por nada en
concreto, simplemente quería revivir aquellos acontecimientos que -digamos- me
marcaron. O eso presume mi lacaniano psicoanalista. Pero no creáis, no pude
cambiar nada. Sólo observé.
En realidad, no usé una máquina del tiempo al
uso, sino que elegí el inveterado recuerdo como medio de transporte. NO ese
exprés que te lleva automáticamente al lugar y tiempo exactos, sino el de largo
recorrido, que como tren de provincias te va llevando por los paisajes
marginales de la memoria.
Pasé por momentos olvidados, otrora
imborrables. Rodeé otros que me enternecieron… sucesos –muchos- desapercibidos,
que me robaron la sonrisa, sorprendiéndome por su intensidad y riqueza de
matices.
Poco a poco, sin tener claros ni causa ni
objeto, me iba acercando a aquel momento horrible. Ahí estaba por fin, clavado
en la yerba, roto, en ese parque junto a aquella nuestra casa. Mirándola. Mirándolos.
Quise abrazarme, estrechar a ese joven yo
entre mis brazos y decirle, “ya ha pasado ese tiempo del que todo el mundo te
habla, ya todo está bien…”. Pero yo ya no estaba allí. Entonces comprendí, debía
dejar a aquel joven continuar con su propio viaje, y proseguir el mío.
Qué bonito Jesús, bonito viaje en la memoria y bonito final en el que no tienes más remedio que continuar.
ResponderEliminarSaludos.
Y por mucho tiempo. Gracias Yashira. Doblemente porque tu comentario es el primero de este Blog que he comenzado hace poco, tan poco que ni siquiera lo he dado a conocer a amigos y familia. Saludos.
ResponderEliminar