miércoles, 12 de diciembre de 2012

El rayo destructor


Aún guardo en mi retina esa fotografía  de aquellos jóvenes impresa en blanco y negro en el couché de mis recuerdos. Su historia –dicen– fue una tragedia, un espanto; estarían enfermos ¡no!, ¡aquello fue distinto!
Comenzó una tarde en aquella esquina del viejo edificio de la facultad donde cada tarde se citaban. Una mirada, un beso y el mundo se suspendía, sólo el otro existía.  Pero aquella tarde, cuando sus bocas se alimentaban la una en la otra, ella notó –algo–un resplandor, un fuego helado recorriendo su espinazo; no te ama, sus besos son para otra.   Por un momento, una hebra imperceptible de tiempo apartó sus labios de los de él. Después, siguió besándole como siempre. No dijo nada. El percibió la duda, la negación en los ojos de ella. Tampoco dijo nada.
Aquel fulgor reapareció, aleatoriamente al principio, incesantemente después. Ella pasaba las noches en vela;  no me ama, sus promesas están vacías… El golpeaba con sus puños las mañanas, maldiciendo al mundo por perderla. Jamás dijeron nada. Unas palabras sin sentido escritas en tinta roja.
Pero sé, aquel rayo destructor que vi entonces no cesará, aquella visión –horripilante guadaña espectral– sigue su camino, otro corazón quizás aguarde.